lunes, febrero 21, 2005

Un mamuth sobrevuela una estrecha oficina

¡Alerta! M. anduvo volando alto este día aunque se dio tiempo para una cesuda reunión de trabajo. La locación es en este caso lo importante: una sala de techo muy alto y muros estrechos, de modo que siempre hay aire de sobra por encima de la cabeza. Fue allí donde M. hizo sus mejores evoluciones. M. marcaba su territorio con pañuelos de kleenex, unos usados y otros sin usar, dispuestos en orden semicircular sobre la mesa de trabajo. Se habló de temas importantes, proyectos audaces, grandes aventuras intelectuales... sin embargo, lo que más emocionó a M. fue hacer el relato de un filme que había visto la noche anterior. En el filme había un señor que recordaba en ruso las peripecias que había vivido en Cuba al comenzar los años sesenta... hablaban también otras personas que completaban la historia del ruso en español. El ruso había construido una máquina de sueños - cosa tan cursi - y había inventado la prehistoria de la revolución cubana... Dromedarios, caballeros andantes, estudiantes valerosos sumergidos en la bruma, lánguidos gestos de sensualidad en la azotea del hotel Capri... y al fondo, con asomos de la bahía, la vista de La Habana tal como la habían soñado los traficantes de Las Vegas. M. voló por un instante a San Juan y tuvo visiones de gangsters nacionalistas que montaban un casino al pie de otra bahía, más pequeña pero tan llena de olas agitadas como la de La Habana. Ecos de un libro sobre el caribe que todavía no ha leído. En fin, la historia se iba poniendo progresivamente triste hasta que en un determinado momento todos se olvidaban del ruso, los cubanos se olvidaban de sí mismos, y en definitiva todos se olvidaban de todos. Los gustos del politburó en materia de cine eran tajantes y podían tener ese tipo de derivaciones. Más tarde, M. había tenido ganas de llorar cuando los personajes cubanos de la historia se dieron cuenta que el olvido era algo relativo y más aún la suerte de las películas, en las que uno a veces pone tanto empeño. El ruso, claro, siempre lo había sabido. Pero el final era feliz porque todos se daban un abrazo y celebraban el triunfo de la verdad. Todo terminó con un sonoro estornudo de M. ahogado en kleenex.

domingo, febrero 20, 2005

Primera mañana

"Y lo que más le gustó, lo que lo hizo llorar y retorcerse de risa, tirado sobre la hierba, fue que Parsifal en ocasiones cabalgaba (mi estilo es la profesión del escudo) llevando bajo su armadura su vestimenta de loco." Roberto Bolaño en 2666, p. 823